miércoles, julio 12, 2006

Toma coraje a uno expresar a alguien sus sentimientos

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Hoy me encaminé rumbo al mar siguiendo el soplo de un viento del sur. El Cantábrico que para mí es un mar de risas veladas, lo encontré en calma, su imponente rugir, como de antiguas carcajadas, es solo un murmullo que llega sosegado al balcón desde donde le observo. La brisa y el cadencioso rumor de las olas arrullan mis pensamientos que bullen intransitivos como gladiadores que buscan reposo. Quiero quedarme aquí esta noche y descansar frente al fluido íntimo del océano desértico.

(Me hospedé en un modesto hotel de ninguna estrella, pero si bordeado de castaños y abedules que le daban un aire de misterio. Después de aparcar camine por el amplio anden hasta el umbral de El Mesón Orpheum. Un joven buen mozo con un ademán me invito a pasar y sin pensarlo dos veces entre y pedí una habitación con vista al mar. -Tenemos para usted la número 40 – dijo con seguridad en tono amable. El conserje después que me hizo firmar el registro, procedió a entregarme una tarjeta electrónica a modo de llave, mientras me indicaba la dirección hacia la habitación número 40 a la cual llegue después de un corto recorrido subiendo por unas escaleras semi alfombradas que daban al segundo piso. De inmediato tome posesión de mi reino e hice del balcón mi puesto de observación. Entreabrí la ventana. Pienso que así es más fácil que entre volando el amor. Estaba sola pero la sensación de libertad era indescriptible. Por un momento quise desnudarme y echarme a volar. Desde aquí desde el balcón la perspectiva cambia. Me suelto el cabello, miro hacia el horizonte y ya a través del cielo cerrado alcanzo a distinguir una luz fosforescente que de momento emerge y de pronto se hunde en el fondo.)

Si yo pudiera traspasar esta noche y perderme en la inmensidad de su abrazo de espíritu, me conocería un poco más, conocería esa parte soñadora de mí impregnada de partos reinventando la oscuridad, oscuridad transmutándose en amanecer de rabia inversa.

Poco a poco oscurece y mi espíritu rebelde me induce a luchar contra la desilusión. Llueve un poco esta noche. Desde mi ventana alcanzo a ver las luces de un barco pesquero solitario. Luces indecisas, con ganas de terminar la faena para volver a casa. Así me encuentro yo a veces, amansando lluvia de estrellas silenciosas con la mirada, esperando la vuelta a casa, de donde salí hace muchos millones de años luz. Distancia que ha hecho colapsar mis recuerdos de flamantes sistemas solares y viejas constelaciones.

Sólo mis deseos de serena perfección pueden desviar la soledad compartida contigo, espíritu amigo, amigo espíritu que sabes modelar mi pequeña alma con la caricia cada vez menos cierta pero más humana —y más divina— de tus dedos de viento y tus manos de luz.

En este silencio murmurante tachonado de luciérnagas, se deja oír tu voz, fragmentada, entre murmullos de viento y mis versos tristes.

En estos silencios de alma —aún finita— sobrecogida por ausencias, nostálgicamente apartada, escucho, con la tenue palidez de la tarde que se desvanece, un susurro a mis oídos materiales, una brisa hecha círculo que grita en silencio, una respiración cósmica que gime...

Me recojo en mí, esperando ese silencio acompañado de esteros de luz, la luz de una mirada de lluvia que modele la mía, como un horizonte besado de nubes, el abrazo de lo infinito a lo finito

Hoy necesito de ti, que la esencia de tu mente se haga infinitamente luz de cielo y brisa de mar, que a pesar de lo intemporal no abandone su dejo humano para que puedas comprender cómo me siento. Te prometo que la mía se hará finitamente divina para saber cómo te sientes.

Toma coraje a uno expresar a alguien sus sentimientos. Dibujar las estelas químicas que les conectan. Sobre todo si ese alguien llamada Natinat tiene un rostro femenino soterrado de mitos y símbolos y ojos que se le empapan de lluvia luminosa. Luz de sol o relámpago de mar, el gran rito ancestral de la luz le llamé, otros le llamaran encuentro.

Un hombre siempre se preguntará, si no cree en los sueños que ven sus ojos, de donde le soplará el viento cálido que se desprende del fragor del mundo o del latido callado de las estrellas. No hay nada malo ni oscuro en el silencio, en quedarse sin palabras, mientras haya un grano o una simiente que bajo el manto apacible del Maggid crece y murmura en el viento. No hay nada malo con callar.

Dicen que Dios está arriba, pero yo no lo veo allí, sino en el aura vital que envuelve a todas las criaturas. Una voz ancestral me dice que no busque lo que no puede hallarse en la razón. Sin embargo la certeza de su presencia me hace feliz. Entonces haré lo que me dice la voz, no buscaré en vano lo que no puedo hallar en litorales desconocidos. Él me dice que ha hallado mil maneras en una sola de alcanzar la dicha. Una videncia propia se lo gritó… en una pequeña canción de amor.

Pienso que el hombre lleva dentro de sí la caricia del mar y él puede verla en el latido del corazón que representa el aspecto femenino del creador. Y cuando la noche es clara el mensaje del mensajero, nunca se ha sabido que se equivoque. ¿Dónde está tu mano que toca el cielo? Hay lobos en la pradera que no honran el mundo en sus correrías. Pero aquí esta el viejo oso pardo que me ha hecho subir al árbol Él es como un postulado de expansión y misericordia que me ha dado una zurra.

Como en toda Gnosis el itinerario busca “el despertar” a la auténtica realidad de la creación tras deshacer el velo de la ilusión física del mundo material. Siempre hay un esplendor oculto. Sí, hay un hombre auténtico observador y espejo, que recorre el mismo itinerario en ascenso. Soy mitad naturaleza, mitad conciencia que camina con trotes de pequeños terremotos. Tengo de él las palabras más lindas, el aliento más sincero, los besos más ligeros, su esencia más pura. Es la forma como él elige lo que me enseña a elegir.

Ahora puedo reír, saltar, correr y volar en uno de mis mundos. En un mundo simple, sencillo y cotidiano. Ahí orbito. El día que me salgo de orbita, es el día en que me pierdo. Pero él, está ahí todavía… para darme la mano.


Nat.