miércoles, julio 05, 2006

Hablando de Alex

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Adormecidos


Voy saliendo de la heladería “La Crema batida”, comiéndome un helado de pistacho y vainilla. Atrás han quedado, dos chatelas que están parloteando en una especie de spanglish y otra más que, sin ambages le grita improperios a su celular. Estoy esperando a María del mar que en estos instantes está de compras en Vía Venetto. Me subo la falda un poco y miro mi muslo izquierdo justo a la altura del liguero a despecho de cualquier inoportuno observador o mirón. Gino, en una ocasión en la que jugábamos tenis de mesa, reparó en mis muslos y me dijo que me quedaría hermoso el tatuaje de una rosa en la parte externa del muslo, a él le gustaban sobremanera mis muslos y los tatuajes. Al caminar, en ciertos instantes mi falda se arremanga y yo trato de imaginarme un tatuaje sobre la parte alta de mi pierna al descubierto, no obstante a mi los tatuajes me parecen marcas impúdicas o espejismos de gato negro.




Doblo en Guernica y antes de llegar a la plaza de los Tres Mundos, hago un alto, le llamo por el móvil y le digo que he decidido esperarle en el lugar de siempre, en el amistoso Petite Café, me siento en las mesas del andén y pido un capuchino cargado con un Amaretto original Disaronno. Saco entonces mi libro de Alejandra Pizarnik a quien tengo en mente desde que leí un primer poema de ella en una revista literaria. Aquí les dejo un fragmento…


No es la soledad con alas,
es el silencio de la prisionera,
es la mudez de pájaros y viento,
es el mundo enojado con mi risa
o los guardianes del infierno
rompiendo mis cartas.

He llamado, he llamado.
He llamado hacia nunca.

pizarnik

Alex falleció el 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica donde estaba internada, Pizarnik murió de una sobredosis quizá no intencional de secobarbital sódico, el mismo que diera cuenta de Marilyn Monroe. Busco la página que tengo señalada y leo un poema mientras a dos mesas y media de donde estoy dos adolescentes hablan del uso del preservativo como anticonceptivo y dos muchachas caminan tomadas de la mano, despacio, hasta que se detienen para luego de darse un leve beso, descender por las escaleras que dan a los almacenes del sótano. Vuelvo a la lectura me siento hipnotizada por las palabras exangües que me hacen ensimismarme mientras saboreo el café y en un ictus me pregunto, ¿cómo será la muerte? ¿acaso un letargo sin fondo? ¿se uniran el consciente y el inconsciente para ir a alguna parte?

Leo en silencio...

Aquí transcribo lo que Alex escribió:


para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda un puro errar de loba
en el bosque en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
...

Después de unos cuantos sorbos dejo el café a un lado y miro un piercing que traigo colgando de mi ombligo, de pronto estoy imaginándome en un aposento azul, luego violeta, luego verde fosforescente y luego amarillo, pienso en lo hermoso que sería mostrar mi piercing localizado en otras latitudes... Mientras me dedico a esta tarea, María se acerca con dos bolsas de papel kraff y me hace señas con la boca de que nos vayamos. Cancelo el importe y caminando de prisa bajamos a los estacionamientos. María conduce hábilmente el Citroen verde musgo y toma la avenida Goya en dirección a su apartamento. Ella me pregunta sí quiero ver la nueva película del director de Amelie. Me encojo de hombros y saco mi libro de Alejandra y me pongo a leer. María se pone a mirarse en el espejo retrovisor.
(@@@.... )

Gino es un amigo emigrante italiano a quien conocí por intermedio de Renzo, un ex compañero de trabajo. A Gino le gustaba hablar, del sadomasoquismo manifiesto de la Pizarnik, sentado frente a mí, en Montecristi, bebiéndose un Jerez a pequeños sorbos. Hablamos sobre el tema, de las extravagancias de la Pizarnik, a ella le gustaban los tríos, le gustaba que la azotaran, que la colgaran de una soga y salía en la noche por los cafés parisinos llenos de humo, como una sonámbula, en busca de un jovencito. Cortázar le dio el manuscrito de Rayuela a la Pizarnik para que se lo pasara en limpio. Nunca lo hizo pues a ésta se le extravió, como muchas cosas más que extraviaría en su deambular.

Dicen que se quedaba despierta con los ojos abiertos en la oscuridad. Los tenía abiertos supongo, porque las poetas deben tener los ojos siempre abiertos para ver lo insólito. Ella se mantenía despierta contra viento y marea. A mi me preguntan cuánto es lo que más he durado despierta. Yo digo dos días a lo sumo. Pero para Alejandra Pizarnik eran semanas sin dormir y hasta meses de estar en la oscuridad, rodeada de niebla y soledad adversa. Todo esto puedo comentárselo a María pero no decirle que me siento aturdida, no, no quiero decirle que, cuando leo cosas como estás, ellas me ponen al borde del llanto, no esa nota no es buena ni para María ni para mí.

Ya casi por llegar leí un poema y me detuve en él. Este es uno de los poemas que más me llega de Alex, y que a continuación les transcribo…


dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte, es miedo
dice que la muerte es miedo, es amor
dice que no sabe


Llegamos, María aparcó y yo guardé el libro, nos aguardaba una deliciosa tarde nocturnal e íbamos a contestarnos mutuamente muchas preguntas...

Un viento seco azota los ventanales. Ha caído la tarde, abajo brillaba un sol rojizo. Un sol rojizo no es un sol apasionado, no, es ausencia de ondas de luz clara, simplemente es un sol rojizo que brilla en la cresta de las tardes. O sea, un sol que pinta de rojo el crepúsculo. Cuando tenía once años, pintaba obsesamente torres de iglesias y arriba de las torres de las iglesias, al lado de las nubes que me quedaban perfectas, pintaba soles rojizos. Alejandra Pizarnik seguramente también lo hacía con más saña y maestría. También de seguro, al igual que Santa Teresa, se soñaba con ángeles apasionados que se metían con ella en la cama, en las noches lóbregas. Me acuerdo de mí, rezando en la capilla del colegio Teresiano, pidiéndole a Dios para que me mande un ángel de la guarda que me cuidara, pero que también me hiciera el amor, que me enseñara que la virginidad de la que hablan las señoras encopetadas es sólo un mito, que nada tenía que ver con la pureza del corazón. Y no paraba de pensar si ellos tendrían pene, yo quería que lo tuvieran, pero era difícil imaginarme un ángel con pene, y mucho más, sí trataba de imaginármelo con su pene erecto, en realidad para entonces jamás había visto un pene tumescente. Siempre al hacerlo exageraba, los penes en erección me los imaginaba enormes, enormes como anguilas o pepinos.

En otra anécdota se dice que Alejandra Pizarnik con un amigo, una vez, ató en dos palos de escoba un par de zapatos y a como pudo se puso a moverlos por el techo y parecía como si una persona estuviera caminando por el techo, mientras la gente del piso de arriba, vociferaba alarmada e inquisitiva, sobre lo qué pasaba allá debajo.
(@#@&@... )

Me pongo cómoda trato de desconcéntrame un poco de lo que he estado leyendo. María prepara el dispositivo de DVD con placer, mientras me ofrece una copa de vino tinto Cabernet Sauvignon de los viñedos del valle de Lontué, que tomo distraída mientras mi mente se revuelca en el polvo de los extraños hábitos de Alejandra y, me pregunto, sí en realidad ella amó a algún mortal en los grabados de sus sombras.

De pronto estoy enfocada en la pantalla chica que me muestra un embrollo de imágenes. La película es demasiado extensa y me parece que hay una serie de elementos que atosigan al espectador. Tiene demasiados personajes entrecruzados que una va olvidando y que cuando vuelven a aparecer una no sabe quién es quién o quién mató a quién o quién finalmente se puso las botas alemanas. ¿Es esa Angelina Jollie?, me pregunta María. Le digo que no, pero al rato le digo que sí. Me aburro soberanamente con la cinta. María del mar es una maga, pronto adivina mi sentir y se da cuenta que es mejor que hablemos de Alex o quizá de un buen libro de los que ella lee, como el precioso Bhagavad Gita, y sin más ella entonces toma el control y le da parar.



Alejandra22

Este escrito junto con las ilustraciones es un sentido homenaje a esa gran poetiza argentina, que supo trascender el dolor y la muerte y cuya presencia en sus versos crea mágicos instantes que ahora iluminan mi palabra.